GANADORES DEL CERTAMEN LTERARIO 2024

El pasado 23 de abril se hizo entrega de los premios y diplomas correspondientes al Certamen Literario de este año. Estos son los relatos y poesía ganadores.

¡Enhorabuena a los ganadores 

y muchas gracias a todos los participantes!

LAS ESTRELLAS QUE NOS CUIDAN

A mi madre y a mí nos encantaba mirar las estrellas, las mirábamos mientras charlábamos de cualquier cosa. Le conté sobre mi sueño de ser cartógrafo y me dijo lo mala que era estudiando mientras sonaba una canción de Taylor Swift como “Enchanted” u otras. Siempre que mirábamos las estrellas, lo hacíamos en el jardín. Había una que me llamó la atención, una que brillaba más que ninguna, yo siempre le preguntaba por qué brillaba tanto, y ella me respondía que era mi abuelo, que nos cuidaba a distancia.

Mi única respuesta siempre fue que a mí también me gustaría serlo.

De repente me desperté de ese recuerdo, pisando un charco de barro en la entrada del cementerio municipal. Caminé, mirando los nombres en el lápidas, hasta que la encontré. "Sarah Holden". Le dejé las flores y me quedé mirando con nostalgia, recordando todos los juegos que jugábamos en el jardín, un jardín que ahora suena vacío y sin vida sin el sonido de su risa y su voz, recordando las interminables tardes en el río cazando mariposas, río en el que apenas había naturaleza debido a las urbanizaciones cercanas.

Y sí, tengo que admitir que desde que falleció mi madre no he hecho mucho para intentar superarlo, apenas salía de mi casa, no cocinaba y rara vez comía, tenía todo patas arriba..

Hasta que una tarde en mi jardín tuve un deja vu. Acababa de decirle a mi madre que quería ser una estrella, y ella respondió: "No puedes, cariño, las estrellas así solo brillan si tienen a alguien observándolas desde la tierra." Y me desperté.

Me acordé de todo y con los ojos llorosos miré al cielo, y ahí estaba, la estrella grande y brillante acompañada de otra igual de brillante, y allí me di cuenta de que nunca estuve solo, que mi madre estuvo acompañándome todo este tiempo.

Yaiza G. 1º ESO

UN ÚLTIMO MENSAJE

Hacía mucho que la radio no recibía señal alguna. Después de tantos años, los estragos de la guerra seguían estando presentes como un fino velo. Palpables, pero casi imposibles de ver.

Algo que le molestaba especialmente era que a simple vista todo seguía igual: la silla donde se había sentado, la choza que él y su hermana habían convertido en su hogar, e incluso la maldita radio. Pero, sin duda, lo peor era que, aunque ya habían pasado dos años desde que la había perdido, el dolor permanecía vivo en sus recuerdos.

La guerra había estallado cuando era un crío y contrario a lo que mucha gente creía, no se luchó con palos. Su madre y él se habían dedicado a correr de un lado a otro, tarea difícil debido a su avanzado estado de gestación. Cuando por fin llegó el momento del parto, las cosas se complicaron y ella murió antes de poder sostener a su hija en brazos. 

Fue así como el bebé quedó a cargo de su hermano quien, decidido a proteger a la única superviviente de su familia, hizo todo lo posible por alejarse del conflicto. Fue en una de sus muchas huidas cuando consiguió la radio. Poco a poco y no sin esfuerzo aprendió a descifrar los mensajes que ambos bandos emitían ocasionalmente, convencido de que esa información les permitiría mantenerse apartados del peligro.

A menudo se mantenía despierto hasta altas horas de la noche, cambiando de emisora en busca de alguna frase que decodificar. Había pillado a su hermana observándolo con extrañeza en varias ocasiones, sin duda confundida por su peculiar comportamiento. A veces no podía evitar sentir pena por ella, que solo había conocido aquel mundo muerto.

A medida que la guerra avanzó, la niña fue creciendo y dejando atrás la infancia. La confusión dio paso a la curiosidad y en seguida mostró gran interés por la radio y sus mensajes ocultos. Resultó ser una gran intérprete y no se demoró en arrebatarle el puesto a su hermano. Fue ella quien decodificó la señal de peligro que torció sus vidas.

El mensaje de alerta se había emitido en bucle durante todo el día, marcando el ritmo al que los dos hermanos recogían sus pertenencias y huían de la ciudad. El emisor lo había dejado claro: la metrópolis donde se encontraba su choza era el objetivo del siguiente bombardeo. Corrieron todo el camino hacia la siguiente población, temiendo no llegar a tiempo. Allí descubrieron que no habían sido los únicos en descifrar la advertencia.

Se separaron para conseguir información y mientras que ella se adentró en la ciudad, él preguntó a los recién llegados. El incesante flujo de gente que se dirigía hacia ellos le hizo sospechar y entonces comprendió lo que estaba ocurriendo. Todo era una trampa.

Intentó hacerse paso a empujones entre la gente, desesperado porque había mandado a su hermana a una muerte segura. El ruido de las hélices rasgó el aire a la distancia y hubo un corto momento de confusión antes de que la multitud comenzase a chillar.

Se esforzó por hacerse oír sobre los alaridos de los presentes, gritando a todo pulmón el nombre de la única persona que le quedaba. Intentó avanzar, pero el pelotón de gente le alejaba cada vez más de la ciudad. No supo cuándo dejó de oponer resistencia y comenzó a correr en la misma dirección que los demás.

Ahora estaba sentado en la silla de siempre, ajeno al paso del tiempo. Se entretenía cambiando de emisora, cansado, solitario y deprimido. Se planteó rendirse, pero dentro de él aún rielaba un tenue rayo de esperanza. Fue suficiente para que emitiese un último mensaje que nunca recibiría respuesta.

“No me he olvidado de ti. Te echo de menos.”

Y por primera vez después de tantos años, cortó la comunicación. 

Eva R. 4º ESO

EL HILO

Es difícil pensar que un simple cruce de miradas puede cambiar drásticamente nuestra visión del mundo. Que la presencia de ciertas personas en nuestra vida tenga tanta fuerza por sí misma como para determinar todas nuestras vivencias. Sí, creer algo así es bastante complicado, o al menos eso pensaba yo antes de toparme con los ojos de Hada aquel enero de 1965 en el que supe a ciencia cierta qué haría todo lo posible por mantenerla a mi lado. 

Y así fue. Pasamos muchos años juntas y compartimos cada uno de los momentos más importantes de nuestra juventud. No puedo olvidar nuestra llegada a la capital. Aquel primer momento en el que pisamos la facultad, muertas de miedo y llenas de esperanza. Madrid nos abrió un mundo lleno de libertades difíciles de dibujar en nuestro cerrado imaginario rural, mientras que, al mismo tiempo, acabó destruyendo todo lo que habíamos construido.

Pasó el tiempo. Hada, que siempre había sido mucho más social que yo, expandió su círculo de amistades y comenzó a ausentarse de algunas clases. Un día llegó a casa y me dijo que se iba. Había encontrado un grupo de teatro que realizaba una gira por todo el país y no podía dejar escapar esa gran oportunidad. No supe qué decir. No podía hacerme a la idea de estar tan lejos de ella, sola, en una ciudad ajena que apenas conocía, pero no quería apagar su ilusión y decidí callar. 

Me prometió que volvería y, en un par de semanas, estaríamos paseando por el Retiro como acostumbrábamos a hacer. Yo decidí creerla, aferrándome a esa teoría que ella solía usar para referirse a las relaciones predestinadas. Fantaseando con la existencia de algo, una cuerda o un hilo, que unía a aquellas personas que estaban destinadas a estar juntas, y no permitía que estas se separasen por un largo periodo de tiempo. 

Esperé años a que regresara. Buscaba su rostro o percibía su olor en las personas que me cruzaba por la calle, y escuchaba en bucle aquel disco de Los Beatles que ella me había regalado días antes de su marcha. Quizá debía de haberla olvidado en ese momento, pero supongo que hay personas que son incapaces de borrar de golpe todo lo que sienten.

 Poco a poco me fui acostumbrando a ese sentimiento de ausencia. Empecé sincerarme entre estas hojas, utilizándolo como un pretexto para alargar mi tediosa espera y mantener con vida nuestro recuerdo. Lo peor llegaba al cerrar los ojos, en ese momento, los fantasmas volvían a despertar. Una de esas noches, mientras las gotas de lluvia chocaban desordenadamente en mi ventana, agravando aún más esta inquietud, alguien llamó a la puerta. Miré mi despertador, era la 1.30 de la madrugada. Preocupada, salí de mi cama de un salto y me dirigí a la entrada movida por una inevitable curiosidad.

 Al abrir la vi. Estaba allí, empapada, parada delante de la misma puerta por la que la había visto marchar diez años antes. Fui incapaz de reaccionar. No podía entender como aquellos ojos arrepentidos, que hasta hacía tan solo unos minutos atormentaban mis sueños, estaban ahora allí mirándome fijamente. Ante mi perplejidad, Hada decidió dar el primer paso y se abalanzó sobre mí, fundiéndonos en un interminable abrazo con el que nos explicamos todo aquello que éramos incapaces de decir con palabras. En ese momento ya no importó mi larga espera ni mis noches de insomnio. Todo se vio solucionado, como por arte de magia, al sostenerla de nuevo entre mis brazos.  

Así que sí, puede que los temas relacionados con el amor sean imposibles de controlar y quizá solo nos quede confiar en la existencia de ese hilo invisible que, por mucho que se intente cortar, acaba uniendo de nuevo a esas personas que nunca deberían haberse perdido.

Silvia O. 2º Bachillerato

LOS ABUELOS

Los abuelos te acompañan

desde el día en el que naces,

te acurrucan en su regazo,

alegrándose por lo que haces.

Ellos te cuidan siempre,

y te regañan a veces,

pero te llevan en su corazón 

y te quieren con fervor.

Quisiera que fueran eternos,

que no pasara el tiempo,

poder estar siempre con ellos,

pero el reloj no se detiene,

pasan horas, pasan meses,

también pasan años,

y aunque suena algo extraño

quisiera volver a ser pequeño,

poder estar en su regazo,

durante toda la vida,

durante años….

Inés B. 1º ESO

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